Campanas

En la mayoría de pueblos y ciudades observamos que el edificio más visible y grande es el de la Iglesia, que con su torre o varias estructuras se enfila hacia el cielo. Atea no es una excepción con su magnífica basílica de la Asunción. Con una torre grande y esbelta, vemos en su parte final dos campanas de tamaño más bien grande que en su día fueron bautizadas como Mª de los Mártires y Mª del Carmen. La torre también da cobertura a dos campanillos pequeñas con los nombres de San Blas y San José.
Con los diferentes sonidos ejecutados por la mano experta del “Campanero”, éstas comunicaban a la población los distintos actos de la Iglesia. Las campanas llamaban a sus feligreses a las misas, al culto, al rosario, a las procesiones, etc. En ocasiones, con el voltear fuerte y seguido emitían un sonido de alegría que significaba el inicio de las fiestas. Pero en otros momentos, con un sonido lento, suave y triste, daban a entender que un familiar, amigo o ser querido nos había dejado.
En aquellos veranos de 1955-60, el Sr. Pedro Peiro era el campanero que de manera desinteresada se cuidaba diariamente de hacer bailar las campanas. Él ya tenía una cuerda atada a la lengüeta de éstas y así, desde la planta baja, accionaba la cuerda para emitir los diferentes sonidos sin tener que subir los 87 peldaños para llegar a ellas.
Según me comenta la Sra. Adela Luzón, había diariamente dos misas, una a las 8 y otra a las 10. Yo solo recuerdo la de las 8 de la mañana, estando de sacerdote don Jesús que debería suplir a dos hermanos sacerdotes que se llamaban don Máximo y don Francisco. A la misa normalmente acudían las mujeres y algunas de ellas ya tenían de propiedad un reclinatorio que pernoctaba en la Iglesia.
Por la tarde, a las 5 el santo rosario. Antes pero, los clásicos tres toques: uno cada 15 minutos como previo aviso de que en breve empezaría el rosario. Las mujeres acudían al rezo serias con el velo cubriendo la cabeza, medias negras y la blusa sin escote.
En las fiestas de San Ramón, el día 31 de agosto, el estruendo de todas las campanas volteadas por los mozos era impresionante. Eran movidas por los mandones que eran los encargados de la organización de las fiestas. Había un mozo llamado Emilio Almenar que con un temple temerario se cogía a la campana y se balanceaba con ella.

Los textos y los dibujos han sido enviados a esta web por Luis Cebrian
En la misa principal de las 12 del mediodía, la Iglesia se llenaba toda de creyentes. Había una norma en que las mujeres se ponían en la parte izquierda y los hombres a la derecha. Me parece recordar que para dar más solemnidad a la santa misa, venía algún sacerdote de otra población. El sacerdote subido en el púlpito daba el “sermón”. Predicaba el evangelio, el cual era escuchado con atención por la gente mayor, mientras que los jóvenes murmuraban sentados en el coro (por cierto, ¿alguien sabe la razón y el motivo de porque se sacaron los dos púlpitos muy ornamentados que tenía la Iglesia?)
Las mujeres acudían con sus mejores vestidos y velos guardados para la ocasión. Los hombres, con un calor de mil demonios como en todos los años, acudían con traje de pana. Y es que señores, de traje solo había uno y éste servía para las cuatro estaciones del año.
Ya por los años 60, se pusieron altavoces en la torre. Las campanas perdieron en parte su función, estando ahora más silenciosas y aburridas. Perdieron así su época dorada de un tiempo ya lejano en que las protagonistas eran las CAMPANAS.