Caza de pajarillos

Recuerdo aquellos veranos largos y calurosos de los años 55-60. Con un sol descarado y brillante, las tardes se hacían largas y había tiempo suficiente para todo. En esa época, los críos no teníamos ni televisión, ni consolas, ni vídeo-juegos. Por no tener, casi que no teníamos pelotas para jugar un rato. Se dice que las bicicletas son para el verano, pero éstas, para nosotros, eran solamente un nombre que se encontraba en alguna página del diccionario. Sin embargo, la falta de todos estos juguetes no era para nosotros motivo suficiente para que nos aburriéramos; si no todo lo contrario, nos lo pasábamos bomba.
Muchas tardes íbamos a bañarnos en las balsas de los huertos; eso sí, en porreta para que los padres no se enteraran. Otras tardes íbamos a buscar nidos entre la maleza y en los árboles, para coger a los pajarillos de pocos días y ponerlos en la cárcel para toda la vida, solamente para escuchar el refilar de su canto. No todos los pajarillos soportaban el encierro, por lo que se había de conocer el ave a encarcelar.
Otras tardes nos dedicábamos a la caza de gorriones con cepo. Previamente, buscábamos entre los hormigueros la hormiga grande, o sea el hormigón, que se guardaba en una lata. Ésta servía para ponerla en el cepo como reclamo para los gorriones, que les encanta este aperitivo. Con mucho cuidado tapábamos los alambres del cepo, tan solo dejando visible el voltear de las alas del hormigón. Escondidos a unos metros de distancia, solamente teníamos que esperar a ver si picaban.

Teníamos también otro sistema curioso para cazar gorriones, aunque era bastante laborioso. Primero buscábamos los lugares donde acudían a beber y los cazábamos mediante el bresque. El bresque es una cola que la produce una planta llamada usillos. Recién brotada, esta planta es comestible y de buen sabor en las ensaladas. Cuando la planta crecía y maduraba, se arrancaba y en el tronco de la raíz había unos pegotes que parecían tierra, pero en realidad eran goma. Para conseguir el bresque, estos pegotes se hervían con agua, añadiendo pez, unas gotas de aceite, etc. Se tenía que ser un poco experto para conseguir una cola ni demasiado espesa ni demasiado clara.
Una vez obtenido el bresque, se preparaban unos juncos de 30 a 40 cm , ni muy delgados ni muy gruesos, para ser untados con la mencionada cola. El día anterior a la caza, preparábamos la zona escogida para poner las trampas: se limpiaba su entorno de piedras y ramas y colocábamos a lo largo del riachuelo los juncos untados de cola encima de unas piedras no mayores a cuatro o cinco cm. Con este procedimiento, formábamos una pequeña muralla donde los pájaros, para poder llegar al agua para beber, no tenían más alternativa que pasar por debajo de los juncos encolados. Una vez caían en la trampa, quedaban enganchados al junco y no les permitía volar.
Éramos crueles con los pajarillos, pero es que el hombre a lo largo de la historia siempre ha tenido esta tendencia de cazar. Antes para sobre-vivir y ahora casi por afición.

 

Los textos y los dibujos han sido enviados a esta web por Luis Cebrian