Tal y como su nombre indica, el trabajo del guardia forestal consistía en vigilar los montes y las sierras de distintos términos. Contratado por el Patrimonio forestal, algunas de sus funciones era avisar a los campesinos de la quema de rastrojos para evitar incendios o mantener los caminos y senderos siempre transitables y limpios de vegetación. Para ello, cuando un camino se deterioraba, redactaba un informe a sus superiores y por medio de la contratación de jornaleros procedían a su arreglo. También era el encargado de supervisar y repoblar las zonas exentas de pinos o de vegetación.
El tío Pablo Lorente, vecino de Atea, desde muy joven ejerció de Forestal sobre los años 30. Su casa estaba en El Paso, junto a la fuente nueva, vivienda que todavía conservan sus hijos Carmen y Francisco. Como es lógico y normal, los veteranos del pueblo conocen tanto a la vivienda como a sus propietarios como “los de la casa Forestal”.
Los textos y los dibujos han sido enviados a esta web por Luis Cebrian
Cada día el tío Pablo se desplazaba a diferentes zonas del monte para vigilar las sierras de Atea, Acered Used y parte de Cubel. Demasiada extensión para un trabajador uniformado con un fusil en sus espaldas (que recibía el nombre de “Tercerola” y era un tercio más corta que la carabina) y con la compañía de una mula o burro que era de gran ayuda en sus largos desplazamientos, aunque en la sierra de Atea se desplazaba a pie.
Aparte de las observaciones que hemos comentado, quizás su tarea principal fuese la leña. En el 2011 tenemos gas, electricidad, butano, energías renovables, etc., y la leña ha quedado un poco apartada del consumo diario. Pero en tiempos de nuestros abuelos, la leña era la única materia prima para calentar las casas en aquellos inviernos largos y crudos con grandes nevadas en Atea. También se necesitaba leña para la cocina, para el horno de Paquito, y los carniceros utilizaban mucha para hacer el mondongo. Era una materia que no escaseaba, pero que se debía controlar y saber administrar.
El Ayuntamiento tenía unas parcelas conocidas como “cuarteles”. Una vez habían sido señalizadas por el Forestal, eran sorteadas entre los vecinos del pueblo previa solicitación. Y así tenían leña para todo el año, que deberían cortar y almacenar en temporada de invierno. Normalmente eran vecinos de clase media que no tenían grandes propiedades de terreno, pues en las casas de más solvencia estas ya tenían sus fincas que les proporcionaba la leña que necesitaban.
Como los tiempos eran duros, había alguna persona que para sacarse unas perras extras y bajo la complicidad de la noche, se desplazaba al monte a coger una o dos cargas de leña para venderla posteriormente en los pueblos vecinos, regresando seguidamente al pueblo para ir a trabajar y no levantar sospecha alguna de su falta. El tío Pablo lo sabía y también cuáles eran los puntos donde se cometía esta infracción. Pero el Forestal (que según me comentaron era buena persona) era consciente de que aquéllos eran tiempos difíciles y que no se cogía leña por gusto sino por necesidad. Él disimulaba todo lo que podía, aunque de vez en cuando, sancionaba esta prohibición para evitar abusos. La multa debería ser de dos o tres pesetas, pero entonces esto era mucho dinero.
También por la Fresneda monte de Orcajo, o monte de la Mona, era una zona donde se iba a buscar leña. Pero estos montes eran particulares y tenían su propio guardia de vigilancia. Si uno iba a buscar leña debía comprar anteriormente un justificante para que el guardia no le pusiera la correspondiente sanción. Descubro que en esta zona se encuentra una ermita llamada San Nicolás.
En la Sierra de Pardos también se desplazaban a buscar leña, aunque por esta zona básicamente se cortaban palos cuyo destino eran los carniceros que los utilizaban para hacer su mondongo. También se podía ir a buscar leña de estepa,
Mirando atrás nos damos cuenta de lo importante que era la leña. Persona veterana se acuerda de aquellas cocinas quemando leña en el hogar, con sus bancos a los dos lados que daban asiento y lugar para comer. Y los abuelos en el rincón, quietos y en silencio, observando pacientemente el constante chisporroteo de la leña al quemar beneficiándose de su calor, y en esperando la cazuela de sopas para irse a dormir. Debajo de estos bancos se guardaba parte de leña para no tener que ir a buscarla en el corral constantemente.