A pesar de que pasaron muchos años, un día volví a entrar en la iglesia de Atea. Fui recorriendo y observando con detalle todos los espacios que recorrieron mis pies hace mucho tiempo cuando todavía calzaban un 34.
A mi alrededor noté que algo faltaba en el entorno de la iglesia, y también algo faltaba en mi memoria, que un día almacené, cuando ésta era joven y brillante. Pero no tardé en descubrir que los púlpitos que estaban durante cantidad de años en ambos lados de la nave central de la iglesia habían desaparecido. Recuerdo que cuando éramos niños, subíamos sin que nadie nos viera en esos púlpitos e imitábamos los gestos y movimientos que hacía el sacerdote al predicar.
Al día siguiente, Domingo de Ramos, misa solemne, comunión grande y sermón importante dentro de los conceptos de la iglesia. El jueves y viernes santo se hacían los actos propios de la semana. El Domingo de Pascua también había misa solemne y sermón de despedida; creo que éste era el más serio e importante tanto por su contenido como el fervor que ponía el predicador en explicar la palabra de Dios.
En la novena de mayo, por aquella época el sacristán era el Sr. Gerónimo Parrilla, que desde el púlpito decía la novena. Las hermanas Herminia y Carmen Moreno, juntamente con Conchita Soler, ayudaban y colaboraban.
Creo recordar que por los años 60, el sacerdote Don Jesús ya hizo instalar altavoces en la torre de la iglesia, y a dentro del templo un micrófono para celebrar los actos. Con esta novedad, se dejó de lado el protagonismo y la función de los púlpitos.
Observando la evolución que está tomando la sociedad, la iglesia y también sus fieles, dudo que los púlpitos vuelvan a su sitio, lugar que nunca por ningún motivo debieron de abandonar. Actualmente, nadie sabe donde están. Sin querer pensar mal, quizás estén en algún rincón llenos de polvo y telarañas, o bien destruidos. Estos púlpitos, aunque estaban colocados en el espacio de la iglesia, también tenían un espacio importante en la historia de los creyentes de Atea.
Se sabe que cuando renovaron el pavimento de la iglesia, los sacaron porqué estorbaban. Sin embargo, una vez acabada la obra, alguna voz divina, potente y de peso entendió que éstos ya habían quedado obsoletos y no tenía ninguna lógica volver a colocar los púlpitos que, como hemos comentado, llevaban muchas décadas vistiendo y realzando la iglesia.
Si observamos en la mayoría de iglesias, estas tronas están colocadas a un nivel más alto que el de los bancos de los fieles. No es que fueran unas verdaderas obras de arte, pero tenían su encanto: arios relieves, ornamentación y alguna talla.
El púlpito era un lugar donde el cura, principalmente en la misa del mediodía de los domingos, se subía en él para decir el sermón mientras que la gente mayor, quieta y en silencio, escuchaba atentamente sus palabras. Por el contrario, los jóvenes empezaban ya a cruzar sus miradas, dando a entender que el sermón ya era largo y pesado.
Durante la Semana Santa , venían predicadores ya de una cierta categoría, de fácil palabra y buenos oradores. También en las fiestas señaladas, para que la misa fuera más grande, acudían dos curas y el sermonero, que venían de los pueblos vecinos de Acered, Alarba, Castejón, etc.
En la víspera del Domingo de Ramos ya venían estos predicadores. Realizaban el 80% de las confesiones en las tardes-noches, ya que los creyentes de Atea no tenían tanto reparo en confesar sus pecados a los predicadores antes que con el cura del pueblo, pues éste les conocía a todos.
Los textos y los dibujos han sido enviados a esta web por Luis Cebrian