Las Eras:
Los textos y los dibujos han sido enviados a esta web por Luis Cebrian
Las campanadas del reloj de la torre (que aunque esté parado o estropeado este siempre camina sin parar) les avisaban que había que descansar para comer y reponer fuerzas. El sol estaba aún muy alto y quedaban muchas horas antes de esconderse. Pero no hacía falta que el reloj les avisara, ya que justo al mediodía ya aparecía la abuela con el capazo o el cesto tapado con el trapo de cuadros con la comida para toda la familia: patatas con abadejo, algún trozo de tocino o lomo adobado, mostillo, vino, etc. Bandadas de gorriones iban y venían buscando también su porción de comida.
Toda esta armonía se rompía de vez en cuando con alguna voz ronca y potente: “hostia!”, “la Virgen!”, “Redioooos”, “Copón!”,… Todos estos gritos iban dirigidos a las mulas que, enganchadas al trillo, se paraban y no querían dar más vueltas sobre el trigo extendido. También rompían el silencio las risas sinceras y despreocupadas de los críos que montados en el trillo caían encima de la parva o cuando hacían correr a las mulas diciendo un pecado o un golpe de vara, etc. Para ellos era el mejor parque de atracciones.
El grano después de aventarlo y una vez limpio se echaba en talegas. Creo que son 70 Kg. Es decir, dos talegas es un “cai” igual a 140 kg. Este enorme peso no era problema para aquellos mozos que acostumbrados a trabajos pesados desde muy jóvenes se reían de los “riesgos laborales”. Estas talegas se las cargaban a sus espaldas sin respirar como mi tío Francisco “de cal Corete” y también Ricardo Guerrero junto con algún mozetón más.
El grano que se necesitaba para pasar el año se almacenaba en los graneros para llevarlo gradualmente a la fábrica de Santiago para molerlo y conseguir harina, salvado y terecilla. Y el resto se llevaba a Daroca donde había unos silos en que el delegado del trigo en representación del Gobierno lo compraba pagando el precio estipulado, pero diciendo antes las repetidas palabras de cada año: “este grano es pequeño…está sucio… tiene humedad…”.
Como es lógico estas vivencias ya no se volverán a repetir. Otros tiempos y nuevas épocas en que el paisaje de mi memoria se va borrando poco a poco. Con el paso de los años solo queda en el recuerdo aquella lejana juventud tan dorada como las espigas.

Como es sabido, Atea tiene dos zonas bien diferenciadas de eras: las que están junto a la ermita de San Roque conocidas como las “eras altas” debido a que se encuentran en la parte alta del pueblo, y las llamadas “eras del Escobal” que se encuentran por detrás de la iglesia, el pozo labra y pasado el puente bajo (no he podido averiguar por qué reciben el nombre de Escobal; podría ser que desde muchísimos años atrás toda esta partida de terreno debería pertenecer a un solo propietario de nombre o apellido Escobal).


Estas zonas eran parcelas de distintas dimensiones y cada casa tenía su terreno. Un simple ribazo o una pequeña pared de piedras servían para delimitar el espacio y también para igualar el terreno en sus derivaciones.
Cuando los campos de trigo estaban lo suficientemente dorados (después de San Santiago), se segaban y se llevaban a las eras para trillar y sacar el grano de la espiga. En estas fechas de plena actividad, las eras se convertían en un espectáculo majestuoso y pintoresco. A pesar de los años mantengo grabado las imágenes en mi memoria. Lógicamente estas escenas son ya irrepetibles debido a este monstruo imparable que es el progreso. Pero como es normal, tenemos que seguir y no nadar en contra la corriente.
En las eras se amontonaban montañas de fajos de trigo en las que sobresalían las familias de más solvencia de Atea: Martín Lorente, las Margaritas, Casa Saúl, Hortilles, Soler, Mateu, etc. Era normal los ruidos de carros sobrecargados con varias mulas estirando o burros cargados al máximo de fajos de cereal, moñigos que se recogían rápidamente, sombreros de paja, mujeres con los pañuelos en la cabeza y las sayas subidas, boinas negras y sudadas protegiendo a una cabeza huérfana de pelo, caras de piel arrugada y quemada por el sol (y de la vida), botijos escondidos a la sombra, críos con alpargatas y pantalón corto con tan solo un tirante para su sujeción, etc. Todos trabajaban soportando mucho calor, pero sin dejar de levantar la cabeza por si venía algún nubarrón negro y con malas intenciones que les mejora la parva.