Nacimientos:

En el año 1948, Atea debido a su mayor número de habitantes tenía más nacimientos que en la actualidad, y entre estos, se encontraba un servidor.(En Atea en el año 1948 nacieron 22 personas, una nota simple para dar testimonio de que Atea era y es un gran pueblo) Eran nacimientos que se realizaban en la casa propia de cada familia, En el momento de dar luz, al nuevo ateano normalmente estaba presente el médico, que en esos años era un tal don José Santos, persona muy integrada en el pueblo y que tenía una buena reputación.
En muchas ocasiones, el nacimiento se precipitaba y el médico tardaba en llegar. Rápidamente el padre salía corriendo (y si era el primer hijo, aún más) en busca de dos señoras de nombre Basilia Tornos y Placida Sans. No tenían oficio ni eran enfermeras. Simplemente eran decididas, sin manías y con experiencia de los pasos de los años, que se presentaban en los partos. Ya conocían todos los pasos y qué se tenía que hacer. En varias ocasiones, cuando llegaba el médico, el crío ya estaba dormido y cansado de berrear.

Los textos y los dibujos han sido enviados a esta web por Luis Cebrian
Las abuelas de las casas, como veteranas de la vida, cuando se acercaba la fecha del nacimiento ya tenían siempre al lado del fuego un recipiente grande de agua caliente para evitar la sorpresa de última hora, pues el agua y unas toallas limpias siempre a mano era lo primero que se necesitaba para limpiar al nuevo nacido y a la madre.
La madre, después de dar a luz, estaba 15 o 20 días sin salir a la calle, y durante estos días, la cuidaban todo lo más posible. Evitaban que hiciera esfuerzos. Mataban alguna gallina ya vieja para hacer “presas”, que es un buen caldo.
Tiempo atrás en Atea se presentaban bastantes gitanos, con sus carros, burros y alguna cabra. Estos grupos son nómadas que no viven en ningún sitio, y alguna vez, como es normal, la gitana embarazada daba a luz en cualquier lugar, sin ninguna comodidad para la madre ni para el recién nacido. Después salían a pedir por el pueblo un "ramico", que era un trozo de tocino entreverado para alimentar a la madre, acto que los vecinos de Atea colaboraban con lo que podían.
Cuando ya habían transcurrido tres o cuatro meses, y no se había realizado el bautizo, en este tiempo ya se cuidaba el cura de decir a los padres "¡Cuándo me vais a traer al morito, para que lo bautice!". Una vez que el cura mojaba con agua bendecida la cabeza del nacido, éste en manos de la madrina lo tapaba bien para evitar que se refriase.
De camino a casa, desde la salida de la iglesia hasta el domicilio, los familiares tiraban caramelos y los críos se disputaban para cogerlos, incluso las abuelas que no se podían acachar se inclinaban para recoger los dulces. Todo ello acompañado por el sonido ensordecedor del campanillo, que no paraba de tocar, para que todo el pueblo se enterara de que había un nuevo cristiano. Seguidamente en casa de los padres obsequiaban a los invitados con una buena chocolatada y bollos, fiesta sencilla para homenajear al nuevo vecino.