La posada de la Pascuala
El edificio de la posada ha cambiado su estructura con la nueva rehabilitación y reformas que últimamente se han hecho, pasando a ser recuerdo de un tiempo atrás en que la posada era un referente vivo de Atea. Ubicada en la plaza de la Iglesia, ésta tenía unas habitaciones espléndidas donde pernoctaban los numerosos clientes que tenían durante todo el año. También tenía amplias cuadras para distintos animales, tanto para mulas como para cerdos.
La señora Pascuala García era la propietaria de la posada por herencia de sus padres, que con la ayuda de su marido y de sus tres hijos gestionaban el establecimiento. La señora Pascuala era todo ella vitalidad, ya que desde que se levantaba a primera hora de la mañana hasta que se acostaba bien tarde no paraba de trabajar. Aparte era una persona amable, generosa y con buen humor, reflejándose en los clientes que se encontraban a gusto y muy bien tratados.
Entre los diferentes clientes que pernoctaban en la fonda, destacaremos unos señores que venían de Calamocha y Teruel. Se presentaban en Atea con unos carros muy grandes cargados de flor de azafrán. Para sacar de la flor el preciado fruto, estos señores contrataban a mujeres para su extracción, sacándose estas señoras por su trabajo un pequeño sueldo que cobraban a tanto la onza extraída. Nótese que para conseguir 1 kilo de azafrán hacen falta 24.000 flores. También venían unos comerciantes conocidos como “Los Pañeros”, que se dedicaban a vender ropa, mantas toquillas y toda clase de cobertores.
Los Muleros que subían de Calatayud, llegaban con su rebaño de mulas para los trabajos del campo. Eran conocidos por “Los Morenos” y los “Villarroya”, y pernoctaban varios días debido a las grandes cuadras que tenía la posada, cuya entrada era por la calle donde estaba el estanco del Sr. Antonino.
Los Tocineros también lo tenían bien, pues en la posada había suficiente espacio para dar cobijo a las manadas de pequeños cerdos de varias semanas. También pernoctaban en la posada diferentes señores especializados en arreglar los trillos, las albarcas, los afiladores, etc., y algún maestro de escuela que estaba todo el curso a pensión completa. Según me cuenta José Antonio, hijo de la señora Pascuala , este servicio costaba por los años 60 entorno 700 pesetas todo el mes, incluido un buen vino de calidad en la mesa.
No olvidemos a un señor, don Julián, y la señora Polonia , que se dedicaban a hacer los encargos que la gente les pedía. Estas personas subían desde la estación de Murero procedente de Calatayud a Atea a pie para entregar y recoger los pedidos de sus clientes, con un cesto que abultaba más que ellos. Metían adentro todos los encargos, los cuales podían ser unas agujas, unos pares de zapatos o el arreglo de un despertador. Sin despistarse, de vuelta a Murero a coger el tren. Ya se pueden imaginar cómo recorrían los 8 Km que hay de Atea a Murero…