Hoy en día, tener caballos en el establo o en su casa de campo es prácticamente para el recreo de sus amos, siendo un animal que gusta a las personas. Actualmente, quien tiene caballos se le asocia con una buena situación financiera. Sin embargo, hace más de medio siglo, las mulas y los caballos eran vitales para realizar las labores de campo, pues todos los trabajos pesados ya sean en el campo o en el transporte, pasaban por ellos.
Los textos y los dibujos han sido enviados a esta web por Luis Cebrian
Como es lógico, estos animales también se hacían viejos y se tenían que reponer por otros más jóvenes, se rompían alguna pata o bien enfermaban y había que sacrificarlos. Varios eran quienes se encargaban de comercializar estos animales: los tratantes de caballerías, los Morenos, los Villarroya que eran de Calatayud y también venían por la parte de Castilla. Llegaban a Atea con una buena manada de animales jóvenes –caballos, burros y mulas–, todos ellos bien presentados, limpios y alimentados. Los días que estaban en Atea pernoctaban en la posada de la Pascuala, ya que tenía unas estupendas cuadras.
Al atardecer, tras una dura jornada de trabajo, la mayoría de hombres se encontraban en la plaza del Paso. Conversaban sobre las últimas noticias del pueblo o de la cosecha, sacaban la petaca con la picadura y enrollaban un par de cigarrillos esperando la hora de cenar. Entonces los vendedores salían a dar de beber a los animales en los abrevaderos que había en la plaza el Pilón o al lado de la Fuente Vieja y, de esta forma, los tratantes enseñaban todo su ganado por si alguna persona estuviera interesada en la compra de algún animal o cambiarlo por otro.
Los tratantes, en la venta de una caballería, también aceptaban quedarse con el animal ya viejo. Supongo que después de regatear por ambas partes, se llegaba a un acuerdo en la forma de pago, la cual podía ser al mismo tiempo de entrega del animal o bien en varias tandas, es decir, a plazos, por lo que el vendedor pasaba a cobrar puntualmente según las tandas acordadas.
Una mula estándar para el trabajo de campo podía valer, después de la fatídica Guerra Civil, unas 30.000 pesetas (180 euros), pero antes de la Guerra costaba unas 1.000 pesetas (6 euros). También existía la opción de que si se tenía una yegua o un burro y se quería que criase, en Daroca había una casa conocida como la Parada que tenían burros y caballos para dejar “preñada” a la hembra.
Con la llegada del progreso, vinieron unos mulos enormes con brazos de hierro y grandes ruedas, y que en lugar de comer paja y trigo se alimentaban de gasoil. Éstos cambiaron la forma de trabajar el campo, por lo que los caballos y las mulas quedaron relegados para los recuerdos.
Hace ya bastantes años que en Atea no hay ninguna caballería, cuando tiempo atrás todas las casas, según su categoría, no faltaba un animal para realizar las labores del campo.