Venta de Cerdos

En los primeros días de noviembre ya aparecían por Atea las primeras manadas de cerdos de piel blanca. Eran conducidos por una serie de personas que en sus vestimentas destacaban unas camisas negras y largas. Recorrían los pueblos enseñando sus animales para ser vendidos en las plazas. En Atea concretamente, el intercambio se hacía en la plaza del Paso.
Recuerdo que estos cerdos eran muy jóvenes; debían tener entre cuatro y seis semanas de vida. Su precio oscilaba alrededor de 16 duros (un duro tenía un valor de cinco pesetas), precio que, según mi información, deberían ser por los años 45.
Muy antiguamente, estos señores junto con la manada de cerdos llegaban por caminos y senderos. Por la parte de Huesca, venían unos comerciantes llamados Los Sedales. De Calatayud venían otros conocidos como Los Rayoes, pero el que tenía más nombre era un comerciante, también de Calatayud, llamado “el tío mal Genio” debido a su fuerte carácter en el momento de negociar el precio final del cerdo.
Con el paso del tiempo, estos señores ya se desplazaban de pueblo en pueblo en carros y en pequeños camiones hasta que los vendían todos. Su procedencia solía ser castellana (Burgos, Valladolid, Guadalajara). Como es lógico, los mejores ejemplares eran los primeros en venderse, pero también deberían ser los más caros. Cuando se vendía el último animal, que debería ser pequeño y delgado, decían que se habían quedado con la zurriega del guía de la manada (un palo largo y delgado con una tira de cuero que servía para arrear y dominar a los cerdos). El humor también estaba presente en esos tiempos tan difíciles.
A partir del mes de marzo, llegaban otras manadas de cerdos colorados que procedían de la zona de Extremadura. Tenían mucha grasa y poco jamón, todo lo contrario que el cerdo blanco. Engordaban muy rápidamente y alcanzaban los 80 ó 90 kilos; a partir de ese peso, costaba mucho que engordasen más y no resultaba rentable su alimentación. Como se sabe, estos animales se compraban para el engorde. Durante todo el año vivían en las chozas que había en los corrales de cada casa y se alimentaban principalmente de las sobras y desperdicios de las casas: peladuras de patatas cocidas, toda clase de fruta, remolacha, etc.

En las casas con mayor solvencia económica compraban varios cerdos, pero lo más normal era el engorde de solo uno. Después de más o menos unos doce meses de comer, engordar y dormir plácidamente, algunos tocinos alcanzaban un peso extra de 18 arrobas (cada arroba tiene 12 kilos). Hagan ustedes mismos la cuenta. Había en alguna casa que cuando mataban el cerdo se vendía un jamón para así poder pagar las deudas que habían contraído en la compra de pienso (salvado) para engordar a nuestro personaje.
Todas las manadas pernoctaban en las posadas que había en los pueblos y que tenían locales apropiados. En Atea había dos posadas: una en el barrio de las Bodegas llamado del “tío Palizas” y la otra en la plaza de la Iglesia de la señora Pascuala (de esta gran mujer y su posada ya hablaremos en otro episodio).
A septiembre se le acababan los días y a mi se me agotaban las vacaciones escolares. Recuerdo a unos vecinos de mi abuela que se les murió por estas fechas el tocino después de varios meses estando alimentándolo. Yo no entendía por mi corta edad los lloros y lamentaciones de aquella gente por la muerte de un animal. Más adelante, cuando ya crecí, lo comprendí.

 

Los textos y los dibujos han sido enviados a esta web por Luis Cebrian