La Barbería

Ya que desciendo de una família de barberos (mi abuelo Luís ya lo era), me gustaría hablar y recordar lo que era la barbería del pueblo en los años 1950-60.

La barbería de mi tio Jesús se encontraba justo en el centro de la plaza de la Iglesia. Después de tantos años, el edificio todavía mantenía exteriormente toda su estructura en el verano de 2008, que fue la última vez que lo visité. En la barbería pasé unos cuantos ratos y estos me hiciéron escuchar las más variadas conversaciones y tertulias relacionadas con la vida cotidiana del pueblo, trabajo, cosechas, etc. Cuando salía el tema de que algún personaje tenía la salud deteriorada, solían decir: “vaaaa, pocas perras vale”(la palabra perras quiere decir dinero).

Unas de las cosas que más me llamaba la atención era que el barbero, mi tio, nunca preguntaba al cliente cómo quería que le cortara el pelo. Él conocía a la perfección toda su clientela y sabía perfectamente lo que querían. Jesús era una persona muy dinámica y comercial, que igual te vendía una radio o te hacia un traje a medida. Todas estas cualidades iban acompañadas de un gran humor, pero cuando era peligroso era cundo cogía la máquina de cortar el pelo y ponía la numeración, el 0 ó el 2, rapaba toda la cabeza y tan solo dejaba un flequillo encima de la frente. De esta manera, cuando se colocaban la boina no se veía toda la cabeza pelada. Era el corte de pelo más habitual.

Los textos y los dibujos han sido enviados a esta web por Luis Cebrian

Cuando finalizaba el trabajo en la barbería, también se desplazaba a los domicilios para atender a los abuelos y enfermos.
Normalmente se iba a la barbería una vez por semana, peró algunos clientes iban con más frecuencia. Se abría todos los días, incluidos los sábados, hasta que ya no había clientes, y los domingos por la mañana. El precio por cortar el pelo era aproximadamente cuatro pesetas, dos por afeitado. Una cantidad para hoy dia de risa pero en esa época era normal. También había familias que debido a sus problemas económicos, pagaban con media docenas de huevos o algún plato de judías.

El cura también acudía a la barbería. En esos veranos de los años 60, creo recordar que se llamaba también Don Jesús (sí, el don siempre delante). Con largo vestido negro lleno de botones y entre la mano un evangelio, acudía a afeitarse y cortarse el pelo, con la particularidad que le dejaba afeitada una circunferencia de unos tres centímetros de diámetro en el “cogote”, y que todos los sacerdotes solián llevar. Con la presencia del capellán, se apreciaba que el volumen de la voz de los clientes que esperaban bajaba de tono y las palabrotas se habían acabado.