Muestra de ello es que cuando se acababa el baile de noche en la plaza de la iglesia, hacían varios grupos y con la compañía y ayuda de un músico de la banda música recorrían las calles para cantar delante de una ventana o de un balcón a las mozas solteras. Era igual que tuvieran 15 años o 60, les cantaban dos canciones románticas y otra de despedida lo mejor que sabían. Cuando terminaban, salía el padre o la madre de la joven y les daba las gracias por cantar a su hija, invitándoles a unas galletas o magdalenas de fabricación casera. Y como no, de unos vasos de vino que también eran de cosecha propia.
Es de suponer que el mozo que tenía alguna joven de su agrado y la pretendía, se juntaba con el grupo que rondaba su calle y su balcón para así demostrar su interés por la joven. De esta forma sencilla y simple los mozos se lo pasaban en grande.
Estas rondallas eran populares tiempos atrás y no era necesario que fuesen fiestas. Era suficiente cualquier sábado por la tarde después de las merendolas que los mozos se preparaban en alguna bodeguilla con buenas tajadas de jamón, chorizos y líquido negro de 18 grados. Contentos y alegres rondaban las calles cantando. Antiguamente en Atea había muchos jóvenes y gente mayor que sabían tocar algún instrumento. Esto daba pie a que Atea tuviera su propia banda de música, desplazándose también a distintas poblaciones vecinas para animar sus fiestas.
Aunque parezca un poco exagerado, se cuenta una historia que puede tener un poco de verdad. El 13 de mayo, en las fiestas de la Virgen, en uno de los pasacalles que daba la vuelta al pueblo, había un señor llamado Crispín Guillén que era un enamorado de la música. iba tan entusiasmado tocando su instrumento por los barrios de Atea que no vio un carro aparcado, con la mala fortuna que metió la barra del carro por la campana de su trombón. Del golpe que se dio, se rompió algún diente. Yo le doy credibilidad a este suceso porque por esas calles donde yo recorrí cunado mis piernas tenían la fuerza de 10 años, sólo había una bombilla de luz en cada punta de la calle que alumbraba menos que un candil. Cuando venía otra persona, solamente la reconocías cuando te cruzabas con él.

Cantores:

Las gentes de Atea, después de pasar el frío de invierno, quizás necesitaban salir del rincón del hogar, sacarse la toquilla y quitar el convector de la cama. Así pues, esperaban con ilusión la fiesta de Santa Cruz para disfrutar de los bailes de la romería al cerro de Santa Cruz, de las buenas comidas y, porqué no, de alguna que otra borrachera entre los mozos.
Muchos mozos eran corpulentos, de espaldas anchas, de largos y fuertes brazos; algunos de ellos de carácter fuerte, duros como una piedra, pero también tenían su lado sensible y cariñoso.

Con la despoblación de los pueblos en que la gente se desplazaba a otros lugares de España simplemente en la búsqueda de trabajo en las fábricas de la gran ciudad para poder vivir mejor y tener un futuro más seguro, Atea fue menguando en población. También perdiendo aquellas serenatas en que por un lado los mozos hacían contenta e ilusionaban a la joven y por el otro lado hacían suspirar profundamente aquella mujer soltera que por su edad el tren del amor ya pasó de largo.
Los textos y los dibujos han sido enviados a esta web por Luis Cebrian