El Afilador


No sé por qué motivo que casi todos estos señores procedían de Galicia. Iban siempre solos y se desplazaban entre pueblo y pueblo a pie, por carretera, por caminos empedrados o por senderos para acortar la distancia. Llevaban de equipaje lo mínimo. Su pequeña industria ambulante consistía en un artilugio de una estructura de madera que soportaba una rueda que daba vueltas a base de accionar un pedal adjunto. Así se afilaban los cuchillos. También llevaban un paraguas para soportar las tronadas inesperadas, que en Atea son muy frecuentes, o bien para protegerse en los días de sol.
Si por el camino se encontraban un pajar o una casilla (recinto cubierto de construcción a base de piedras del terreno que los campesinos construían para protegerse de las tormentas), allí descansaban para reconfortarse de las horas de camino. Si encontraban un pajar y estaba cerca del pueblo éste hacía de “hotel” y allí pasaba la noche, pero casi siempre pidiendo permiso a los propietarios. También pernoctaban en las posadas, en este caso en la de la Pascuala.
Cuando llegaba a Atea, lo primero que hacía el afilador era anunciarse fregando la llanta de hierro que tenía la rueda o bien silbando con un objeto parecido a una armónica. El ruido era penetrante e inconfundible. Con estos silbidos recorría las calles, la Plaza, Barrio Bajo, Barrio Nuevo, etc. Las mujeres ya lo esperaban y al oírlo salían para afilar sus herramientas de corte. Los mejores clientes deberían ser los carniceros ya que necesitaban que sus herramientas estuvieran bien afiladas. Si no recuerdo mal, en aquellos años había tres carnicerías: La Jacinta, La Maximina y la de Lope García. También había alguno que dominaba el estaño y arreglaba los pucheros deteriorados.
Generalmente a los afiladores les gustaba el vino y cuando finalizaban sus encargos se acercaban a la cantina, café o bar a echarse unos vasos de vino al cuerpo, pero nunca acostumbraban a tener discusiones con la gente.
Se dice que el afilador está relacionado con el viento, pero esto es pura casualidad porque en Atea también hacia aire sin venir el afilador.

Los textos y los dibujos han sido enviados a esta web por Luis Cebrian