Encalando

Cuando el frío y las heladas dejaban paso a la primavera, el día se hacía más largo y el buen tiempo era presente, era entonces cuando las mujeres de Atea tenían la costumbre, la manía o la tradición en que se debía pintar.
¿Encalar el qué? Lo que hiciera falta, aunque solo fuera únicamente pintar la pared del hogar; pues con tanta lumbre para cocinar, la pared quedaba negra, teniéndose que blanquearse con cal.
Para tal función se necesitaba la materia prima, la cal, que era comprada a unos comerciantes que por mediación de carros, transportaban entre sus clientes este mineral. Pero anteriormente, los mulos con los serones llenos a rebosar cargaban este mineral desde Cubel y Langa, recorriendo las calles y plazas de los pueblos para vender su mercancía. La distancia recorrida desde el punto de partida hasta Atea debía ser alrededor de unos 21 Km ., y el camino no es del todo llano, ya que hay algún que otro repechón.
La gente que compraba la cal necesitaba una arroba o media. Una arroba aragonesa creo que son 12 Kg . Esta cal viva se vendía en terrones como si fueran piedras, las cuales se debían poner en unas tinajas para mezclar con agua. Una vez los terrones se deshacían y hervían, debían quedar en reposo unas 24 horas. Al día siguiente, ya podía utilizarse.
Para evitar que la abuela no se ensuciara las sayas al arrimarse a las paredes, las mujeres aprendieron con el paso de los años que debían echar un puñado de sal a la cal para evitar que una vez seca la pared no untara. También añadían a la cal un poco de azulete (polvos que se usaban para lavar y blanquear la ropa) porqué les gustaba más el color que cogía la cal.
Entre vecinas, las mujeres se ayudaban. Subidas en una vieja mesa o en una silla, blanqueaban las paredes con un cepillo o brocha que compraban. A veces estos pinceles bastos se los hacían ellas con el pelo de las caballerías, que se guardaban cuando éstas las esquilaban. En algunos casos, también se utilizaba como pincel una escoba vieja y muy gastada. No es necesario decir que si una gota de cal te iba al ojo, veías las estrellas en un día de sol.

Los textos y los dibujos han sido enviados a esta web por Luis Cebrian

Por los años 1955, conocí en Atea a un artista que se llamaba Julio Gracia Anadón. Cuando el trabajo del campo lo permitía, se dedicaba a ir por las casas que previamente habían solicitado sus servicios para encalar. Este señor ya conocía como se debía trabajar la cal y usaba brochas adecuadas para encalar. Desde el suelo, y con las brochas atadas a un palo largo, dominaba todos los altos, ya perfilaba alguna cenefa para separar la pared del techo, pintaba arrimadores de otro color, zócalos, etc.
Todos sabemos que la cal, aparte de ser un desinfectante, blanquea, endurece y protege la pared. Con la llegada de los nuevos productos de pintura, la cal prácticamente ya no se usa; pero el olor a limpio y refrescante que sentías al entrar a una casa recién encalada ya hace muchos años que no la siento. Y si alguna abuela lee estas cuatro líneas, convencido estoy que me dará la razón.