La Calefacción:

Los avances tecnológicos actuales en las energías como la luz, el gas y los aires acondicionados nos permiten disfrutar de tener una calefacción limpia que tan solo con apretar un “botoncico” nos permite tener toda la casa en la temperatura que deseamos en pocos minutos.
Verdadero contraste en tiempos de nuestros abuelos por los años 50, ellos no apretaban el “botonzico” sino lo que apretaban eran los dientes del frio que debían pasar en aquellos inviernos largos, fríos y crudos de repetidas y grandes nevadas. Siempre oír hablar en los corrillos de las gentes, de estas nevadas que eran tan grandes que tenias verdaderos problemas de abrir la puerta y salir a la calle, hasta que se hacían unos senderos entre la nieve para ir a la fuente tienda o a la iglesia, sin pegarte un tozolón.
El frio debía ser más intenso, cuando esta nieve helada se deshelaba, y para combatir este la única energía que tenían para calentarse y tener la casa un poco ambientada era la leña, y el ir bien abrigados. Mujeres con medias negras, dos o tres sayas y el delantal, chaquetones y encima de los hombros la toquilla y el pañuelo en la cabeza. Los hombres, camisetas de manga larga como largos los calzoncillos, pantalón de pana, camisas, jerséis, chaquetas, bufandas y la boina hundida hasta las orejas, barba de dos semanas.
A si gran parte del año nuestros antepasados recogían todo lo que ardía para beneficiarse de su calor, en la poda de las viñas todos los sarmientos eran recogidos en fajos “gavillas” cepas viejas, troncos, ramas, aliagas, todo este combustible lo guardaban bajo techo en los corrales para cuando llegase los fríos.
También el Ayuntamiento sorteaba parcelas o trozos de bosque y monte, para que sus vecinos pudieran desplazarse a la sierra con la burra a hacer leña para el invierno, dicho todo esto debo entender que la leña no abundaba más bien escaseaba.
Nos situaremos en esos años en una casa del pueblo de dobles paredes, con puertas y ventanos mal ajustado donde el frio pasaba por sus ranuras, la cocina era el altar de la casa lugar donde se hacia la vida familiar, estancia donde su iluminación era un mísero candil que colgaba de una viga del techo, junto con los destellos y el resplandor de las llamas del fuego del hogar.
Dos bancos de madera a ambos lados del hogar, daban asiento y descanso a la familia especialmente a los abuelicos, que quietos y en silencio escuchaban lo que se hablaba, mientras miraba el chisporrotear de la leña al quemar. La ropa completamente impregnada de humo del hogar, el olor debería ser patente pero como todos llevaban este olor, no se notaba.
Normalmente al atardecer sobre las nueve o quizás antes se iban a dormir, camas con varias mantas y sobre estas el famoso “cobertor” de mi abuela de un color ocre, que pesaba tanto que no te `podías mover. En algunas casas con antelación antes de ir a dormir, calentaban unos ladrillos que colocados en una cestilla, se ponían en el interior de las camas por debajo de las sábanas para dar un poco de calor que deberían de estar frías y heladas, (sin olvidarnos de que esté el orinal de bajo de la cama)
También todas las casas tenían el brasero, recipiente en que se ponían unas brasas del fuego tapadas con un poco de ceniza para alargar más su calentar, en vez en cuando se removían con el badil. Así las mujeres sentadas a su alrededor, se calentaban principalmente los pies mientras cosían y comentaban cosillas del pueblo, y me atrevería decir que el alguna tarde rezaban el rosario.
Así en grandes rasgos hemos recuperado la memoria de la época que les toco vivir a nuestros abuelos en el pueblo, no debemos de dramatizar sobre estos inviernos ya que ellos nacieron y crecieron junto con estos fríos, y este les convirtió en ser muy fuertes para soportar los helados inviernos sin tener que apretar el “botoncico”

Los textos y los dibujos han sido enviados a esta web por Luis Cebrian